Manuel Antonio Arango -Cómo ser crítico literario y tener éxito editorial-
¿Cómo ser crítico literario y tener éxito editorial? Origen y evolución de la novela hispanoamericana Manuel Antonio Arango L. Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1988, 543 págs. Más allá de sus limitaciones conceptuales y estilisticas, la obra del profesor Manuel Antonio Arango L. puede servir de ejemplo a quienes se han propuesto acrecentar el número de estudios literarios en nuestro país. Señalar esas limitaciones, y sugerir de paso los caminos que debería emprender una crítica literaria más acertada, no resulta tan provechoso en este caso como preguntarse acerca de las estrategias textuales que empleó el profesor Arango para publicar seis libros de calidad discutible en un mundo editorial que por tradición y por experiencia ha juzgado la crítica literaria como una aventura comercial destinada al fracaso. Más pragmático y puntual que un hombre de letras, Dale Carnegie habría hecho esa pregunta con otras palabras: “¿cómo ser crítico literario y tener éxito editorial?’ Esta reseña propone tres respuestas complementarias. 1. Compre uno y lleve once Como tantos profesores de literatura, el profesor Arango ha tenido una vida itinerante. Nacido en Yacopí (Cundinamarca) en 1933, ha vivido en Bogotá, México, Francia y Canadá. Su juventud, como la de tantos profesores de literatura, se gasté en el estudio del derecho y, como tantos profesores de literatura, abandonó el derecho para dedicarse a la enseñanza del español y de la novela hispanoamericana. Trabajó en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas (Bogotá), en la University of the West lndies (Kingston, Jamaica) y en la Laurentian University (Canadá), donde ejerce en la actualidad como profesor asociado. El prestigio del inglés y el aura que comunica haber vivido en el extranjero iluminaron como una lentejuela su hoja de vida y, como siempre ocurre con las hojas de vida, una lentejuela significó para él la oportunidad de conseguir muchas otras lentejuelas, un curso impartido en University of the West Indies incrementé sus posibilidades de dar otro en Laurentian Umversity, y un libro publicado en la editorial Tercer Mundo le facilitó el camino para publicar otro en el Fondo de Cultura Económica. Los profesores de literatura deberían tomar de aquí una primera lección si quieren ver publicados sus estudios literarios. Esta primera lección es la más elemental de todas: un crítico literario debe saber cómo presentar a las editoriales una hoja de vida espectacular e intachable. Sin embargo, una hoja de vida nunca es suficiente para convencer a los editores de que publiquen un libro. El profesor Arango lo sabía y sabía también que sus libros podían recibir innumerables objeciones y evasivas. Pero, por encima de todas ellas, estaba seguro de que esos manuscritos tenían una virtud que los editores no pasarían por alto de ningún modo: se trataba de estudios sobre varios autores reconocidos, lo cual aumentaba sus posibilidades comerciales. Basta con hacer un inventario de las publicaciones del profesor Arango para comprobar que nunca se ha apartado de esta ley editorial según la cual un solo volumen de crítica literaria debe contener tres, ocho y hasta once estudios diferentes (1). He aquí, pues, los resultados de esta segunda lección que no deben echar en saco roto nuestros estudiosos de la literatura: 1967. Tres figuras representativas de Hispanoamérica en la generación de la vanguardia o literatura de posguerra. Bogotá: Prócer. 1981. Aspectos sociales en ocho escritores hispánicos. Bogotá: Tercer Mundo. 1984. Tema y estructura en la novela de la revolución mexicana. Bogotá: Tercer Mundo. 1985. Once novelistas hispanoamericanos. Bogotá: Carlos Valencia Editores. 1985. Gabriel García Márquez y la novela de la violencia en Colombia. México: Fondo de Cultura Económica. 1988. Origen y evolución de la novela hispanoamericana. Bogotá: Tercer Mundo. 2. Los secretos de la fertilidad Un rápido vistazo a esta lista bibliográfica permite mostrar que la velocidad de producción crítica del profesor Arango ha aumentado considerablemente en los últimos tiempos. De un libro publicado cada siete años (entre 1967 y 1981), ha pasado a publicar uno cada 3,5 años (entre 1967 y 1988). El secreto de esta fertilidad puede encontrarse en tres razones fundamentales. La primera de ellas consiste en que el profesor Arango no ha desaprovechado los cursos que viene impartiendo desde hace cinco lustros y ha dado forma a sus libros ya los capítulos de sus libros basándose en sus notas de clase. En esta costumbre no es un innovador: muchos tratados filosóficos de Aristóteles no son otra cosa que apuntes de clase, y varios libros de Alfonso Reyes (para mencionar un ejemplo más próximo a nosotros) no habrían sido posibles si el escritor mexicano no hubiera tenido que desempeñar una cátedra sobre los temas que esos libros exponen después de manera tan magistral. El ámbito primigenio de la crítica literaria ha sido siempre el salón de clases y no se ha desprendido nunca de su carácter de lección, nunca ha dejado de su carácter de lección, nunca ha dejado de ser la discusión o la lectura compartida de un texto determinado. La enseñanza que puede desprenderse de aquí es bastante clara: nuestros profesores de literatura podrían convertir una de sus clases en un pequeño libro, en un breve conjunto de lección cuya dinámica se apoyara en ese rigor que es tan propio de la escritura. La segunda razón es de orden estilístico. Se trata de la capacidad que tiene el profesor Arango para citar a otros autores. Walter Benjamin decía que le gustaría ser reconocido por las citas que hacían en sus ensayos; las del profesor Arango son reconocibles con facilidad, pues casi nunca pierden esa inconfundible marca de estilo que consiste en la extensión. Son líneas y líneas, párrafos y párrafos, y páginas enteras en las que prefiere conceder la palabra a otros autores. Esta humildad aterradora se ha ido acrecentando con los años: el estudio sobre Eduardo Mallea que aparece en su último libro, Origen y evolución de la novela hispanoamericana (1988), se encuentra tan poblado de citas que, según se desprende de un rápido inventario, sólo el 26,97% de sus líneas son originales del profesor Arango. Si se pudiera generalizar este índice a toda su obra, se concluiría que, de los seis libros que ha publicado, en realidad sólo ha escrito uno y medio. Su capacidad para citar a otros autores se complementa con la capacidad que tiene para citarse a sí mismo. Su estudio sobre la novela Al filo del agua de Agustín Yáñez fue publicado por primera vez en el libro Tema y estructura en la novela de la revolución mexicana (1984), luego formé parte de sus Once novelistas hispanoamericanos (1985) y por último ha sido incluido en Origen y evolución de la novela hispanoamericana (1988). No es necesario hacer un gran esfuerzo para mostrar que con esta estratagema pudo darle a sus libros un grosor respetable y que, además, la convirtió en un truco maravilloso para encoger el tiempo, para reducir a cinco los veinte años que dice que se gasté escribiendo sus estudios. El libro de 1984 se iniciaba con una frase que inspiraba conmiseración y respeto: “Esta obra representa el trabajo de cinco años de investigación”. El libro de 1985 citaba la misma frase sin variaciones y el de 1988 introducía en ella una pequeña modificación que puede parecer más bien una hipérbole: “Esta obra [...] representa el trabajo de diez años de investigación”(2). 3. La retórica de la velocidad A la capacidad del profesor Arango para componer un libro sobre varios autores, para aprovechar sus notas de clase y para citar y autocitarse, es necesario agregar una última estrategia que permite acelerar la producción de crítica literaria. Esta estrategia es la que mejor define ese género de la crítica literaria que se llama “el manual de literatura” y, por tanto, es la que más claramente corresponde a una retórica de la velocidad, es decir, a la manera de distribuir el material bibliográfico en forma rápida y eficiente (3). Algunos de los elementos de esta retórica de manual pueden ser: 1. Los períodos literarios: La tradición o la costumbre ha dividido la historia literaria en períodos como “el Romanticismo”, “el Realismo” o “el Modernismo “. Si se pretende escribir una historia literaria que resulte al mismo tiempo veloz y pedagógica, es necesario no cuestionar estos períodos, aceptarlos con la fe del carbonero y atribuirles un número determinado de características. Para el profesor Arango, por ejemplo, el realismo tiene doce características (pág. 141) y el naturalismo ocho (pág. 208). 2. Los silogismos de la historia. Si un período abarca determinado número de años (premisa mayor), y si una obra fue escrita en uno de esos años (premisa menor), se deduce que la obra posee algunas de las características del período (conclusión). Esta manera de razonar impide incluir en el estudio los anacronismos y las discontinuidades de la historia. Las obras literarias se suceden entonces a lo largo del tiempo en un conjunto de bloques incomunicables y estáticos: el domingo fue el romanticismo, el lunes el realismo y el martes el modernismo, y hay obras que tuvieron la mala suerte de ser escritas un martes. El profesor Arango no tiene el menor reparo en subrayarlo: El ideal [dice refiriéndose a una novela del guatemalteco Máximo Soto-Hall, escrita en 1894] es completamente modernista. El ambiente donde se desarrolla la acción novelada es eminentemente modernista. El libro sólo consta de unas ciento cincuenta páginas. Un trozo de su novela nos muestra el pleno sabor modernista. [pág, 192] 3. Los inventarios de autores y de obras. Estos inventarios son inevitables en un manual de literatura. Los autores pueden ser inventariados o presentados de muchas maneras. El libro del profesor Arango ofrece las siguientes modalidades: a) Según los años de nacimiento y muerte: “Juan Rodríguez Freyle (1556-1640); Francisco Muñoz y Bascuñán (Chile, 1607-1682); Juan Ruiz de Alarcón(México, 1580-1639); Pedro de Oña (Chile, 1570-1643)...”, etc. (pág. 37). b) Según su nacionalidad: “Guatemaltecos: Rafael Arévalo Martínez (1884). Mexicanos: Ramón López Velarde (1888-192 1); Martín Luis Guzmán (1887) y Mariano Azuela (1873-1952). Panameños: Ricardo Miró (1883-1940)...”, etc. (pág. 296). c) Según su profesión: “Eugenio Díaz (1804-1865), periodista y agricultor” (pág. 146); “Jaime Mendoza (1874-1938). Médico, periodista, sociólogo, novelista e historiador de Bolivia” (pág. 188); “Uribe Pedrahíta (1897-1953), quien además de un buen novelista fue médico, farmacéutico, bacteriólogo, profesor universitario y pintor” (pág. 278). d) Según sus obras: “Abelardo Morales Ferrer, con Idilio fúnebre; González García, con Escándalo; Manuel Gandía, con Crónicas de un mundo enfermo y con La Charca, Garduña, El negocio y Redentores” (pág. 217). e) Según su estilo: “Larreta continúa empleando procedimientos típicos: sensaciones, plasticidad, dignidad en el lenguaje, maneras exquisitas, objetos refinados” (pág. 186). “Las tres ratas, consiue construir un relato sobrio, proporcionado, interesante, metódicamente desarrollado, con materiales sumamente sencillos” (pág. 335). f) Según algún epíteto o alguna calificación: “D. H. Lawrence con su desafío a la civilización; Aldous Huxley, el super-estructurado [...]; la maestra del monólogo, Virginia Wolf; y James Joyce, con su vivencia psíquica permanente” (pág. 369). 4. La presentación de las obras. Es evidente que el objetivo principal de un manual o de una historia literaria es la presentación de cierto número de obras literarias. Lo que resulta lastimoso es que sacrifique la profundidad crítica en aras de la simple presentación, y que por hacer la descripción de una novela pierda la oportunidad de interrogarla, de preguntarse acerca de sus estrategias, de su contexto, del horizonte de sus deseos y del diálogo que alguna vez propuso a sus más lejanos y más cercanos interlocutores. la presentación de una obra, como la de un autor, es un arte simple y muchas de sus modalidades son practicadas por el profesor Arango. Estas modalidades son, entre otras, las siguientes: a) Enunciación del argumento y descripción de los personajes: “La novela narra con lujo de detalles, la lucha implacable entre Doña Bárbara y Santos Luzardo. Doña Bárbara es la fiel representante de la Ley del Llano: la agresión armada, el soborno, la fuerza bruta, y la superstición del ambiente llanero. Santos Luzardo, abogado, viene de la capital y desea imponer al Llano la Ley del orden” (pág. 307). b) Enunciación del tema y de una que otra vaga cualidad: “novela de cuadros patéticos de la vida del indio, obra de gran riqueza de elementos y de una fina agudeza que conlleva [sic] a formar un espíritu de reivindicación nacional” (pág. 246). c) Teoría del reflejo o suposición de que la obra es un espejo de un momento histórico o de una situación social determinada: “Evidentemente, si nos detenemos en una serena reflexión, la obra de Uslar Pietri refleja un cuadro colectivo, no sólo de la Venezuela de 1914, sino la perspectiva histórica y evolutiva, la sociedad en devenir, desde el punto inicial del arribo del conquistador hispano...” (pág. 386). d) Descripción de la forma narrativa: “La narración en primera persona está dominada por el plano subjetivo sobre el objetivo. Dos narradores estructuran los protagonistas: el narrador, un hombre de claros valores morales, y un poeta de enorme sensibilidad a quien se le denomina el señor de Aretal” (pág. 197). e) Inventario de las partes que componen la obra: “La novela consta de tres capítulos, cada uno dividido en breves períodos: el primero en tres, el segundo en trece y el tercero en dos” (pág. 460). f) Cita de un fragmento que sea como un aperitivo para el lector: “Veamos un trozo de la novela” (pág. 200); “Veamos un pequeño trozo de la novela” (pág. 305); etc. De acuerdo con una opinión general, cada época tiene necesidad de hacer su historia y de interpretarla; sin embargo y para no ir muy lejos, desde que Pedro Henríquez Ureña publicó las corrientes literarias en la América Hispánica (1949) nuestros criterios historiográficos no han variado mucho o no han alcanzado el espíritu de divulgación que define a los manuales de literatura. En consecuencia, todos estos manuales y aún muchas historias literarias transitan los caminos gastados de sus antecesores. Origen y evolución de la novela hispanoamericana es un excelente compendio de todos ellos y de sus lugares comunes. Es el manual que cita tantos manuales e historias literarias como sería posible imaginar. Menciona nombres de autores y títulos de novelas que casi nadie conoce pero que tienen la virtud de haber sido incluidos en manuales más antiguos, y al mismo tiempo reproduce líneas enteras de maestros como Fernando Alegría, Antonio Curcia Altamar, Andrés Amorós, Enrique Anderson Imbert, José Juan Arrom, John Brushwood, Pedro y Max Henríquez Ureña, Seymour Menton, Mariano Picón Salas, Angel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Luis Alberto Sánchez, Arturo Torres Ríoseco, Alberto Zum Felde y otros Es probable que muchas de las incoherencias del profesor Arango (que no me he ocupado en señalar), muchas de sus repeticiones insustanciales, de sus defectos de estilo y sus erratas, habrían podido ser evitadas si hubieran contado en la editorial con un lector crítico o un corrector de pruebas más cuidadoso, Estas negligencias no benefician al crítico ni a la editorial y ponen de manifiesto la necesidad que tienen las editoriales colombianas de trabajar en relación más estrecha con la misma crítica literaria. Por otra parte, si el profesor Arango ha logrado traducir su experiencia académica en seis libros publicados, ello se debe a una inteligencia de las posibilidades editoriales de la crítica literaria que en ningún momento resulta desdeñable. Es verdad que sus estrategias textuales se convierten a veces en simples estratagemas y sus páginas están pobladas de tics, de lugares comunes y de fórmulas que solemos identificar con una retórica de la crítica; pero así son siempre los comienzos y los finales de los géneros o de una de sus especies, y los estudios del profesor Arango corresponden posiblemente a una especie en extinción, a una crítica de sobrevivencia que, sin embargo, bien puede enseñarnos a deambular de editorial en editorial y a conocer los ardides y las maneras de ganar amigos y tener éxito en los negocios. Por una simple necesidad profesional, por el deber que tienen de conocer la tradición del género que practican, los críticos literarios del futuro no deberían pasar por alto ninguno de estos ardides. J. E. JARAMILLO ZULUAG A (1) Existen, por supuesto, otras alternativas editoriales para la crítica literaria. Así, por ejemplo, el libro dedicado a un solo autor, poeta o novelista, puede tener alguna acogida en las editoriales si se trata de un autor ampliamente reconocido y siempre y cuando no se haya saturado el mercado con numerosos estudios sobre su obra. Una segunda alternativa consiste en reunir artículos de varios estudiosos de la literatura sobre un autor o un tema específicos. En nuestros días el crítico literario está dejando de ser “autor” para convertirse en “compilador” o en “antologista” de los estudios literarios que han escrito sus colegas. En consecuencia, la crítica literaria está destinada a convertirse en un género breve, quizás tan breve como los cuentos largos. De todas maneras y sin importar por cuál modalidad de decida, cl crítico literario no debe perder en ningún momento cl sentido de la actualidad o de la oportunidad si quiere sobrevivir en el vertiginoso mundo del mercado editorial. Un estudio sobre la literatura más reciente o sobre un autor cuyo aniversario esté por celebrarse, puede ser publicado con menos dificultad de la acostumbrada. Así lo prueban cl estudio de Juan Gustavo Cobo Borda sobre la novela posgarcíamarquiana o la compilación de Monserrat Ordóflez sobre la obra de José Eustasio Rivera (a propósito de la crítica dc aniversario, véase la reseña “Para una arqueología de la crítica literaria” publicada en el Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. XXV, núm. 14, 1988, págs. 101-103). (2) Este Leitmotiv del profesor Arango puede encontrarse también en su estudio sobre Gabriel García Márquez y la novela de la violencia en Colombia (1985), el cual “representa el trabajo de cinco años de investigación”. El estudio fue comentado por Alicia Fajardo M., en su reseña “Hay que preguntar”, Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. XXIII, núm. 9,1986, págs. 99-100. (3) Véase al respecto “Literatura a toda velocidad”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. XXV, núm. 14, 1988, págs. 103-104. |